Después de una semana de vacaciones en el sur, volvimos a la vida rutinaria de Buenos Aires y la celebración de año nuevo pasó sin pena ni gloria.
Ya compramos los pasajes para volver a Europa. Al día de la fecha tengo una mezcla de emociones. No quiero irme allá, quiero quedarme acá y estar cerca de la familiaridad que mi país me ofrece: Idioma, cultura, idiosincrasia, amigos «los que son y los que pretenden serlo», familia «mi madre», etc. Por el otro lado quiero irme, quiero romper las cadenas que me atan a mi vida acá. Muchas cosas y situaciones alrededor mío son disfuncionales. Muchas de las cuales me considero responsable y otras por las que indefectiblemente pago los platos rotos. Quiero salir de la disfuncionalidad en la que estoy inmerso y empezar a vivir mi vida sin tapujos ni cadenas que me aten al pasado y a gente que no se lo merece, sin ese sentimiento de dependencia que cada día se acrecenta y con mis propias reglas de juego.
¿Por qué los hijos siempre terminamos pagando los platos rotos de nuestros padres? Me paro y miro hacía atrás y encuentro miles de situaciones que nunca debería haber experimentado si no hubiese sido por la pésima forma en que mis padres manejaron su relación y su vida. Veo hacía el costado e inevitablemente me comparo con otros y su vida «normal». Sé que no debería hacerlo, pero ante tanta disfuncionalidad es imposible evitarlo.
Mi madre se dedicó toda su vida a criarme, anímicamente sola, economicamente con la ayuda de mi padre, e inmersa en una depresión que se fue incrementando exponencialmente con los años. Hoy, con su misión prácticamente terminada, con un cocktail de pastillas psiquiátricas y con una relación semi dañada conmigo y su entorno social, se encuentra en un vahído en donde no sabe qué hacer con su vida y en donde muchos de sus sentimientos están en dependencia conmigo. Luchadora empedernida en sus mejores años, hoy su refugio es su cama y la televisión.
Mi padre, eterno aportador de dinero y desaparecido en acción. Mudo. Siempre cumplió con lo que le fue impuesto legalmente luego del divorcio con mi madre. Se casó de nuevo. Dio afecto y amor a su manera y nunca pudo llegar a «conquistarme» como padre. Me dio todo lo habido y por haber. Después de cumplir 18 años no lo volví a ver. Años más tarde me enteré que tuvo una hija, razón por la cual yo creo que desapareció sin mediar palabra. Ahora entiendo de qué linaje sanguíneo viene la cobardía que tengo en algunas ocasiones. Sigue aportando dinero e incertidumbre hasta quién sabe cuándo.
Mis abuelos paternos comulgan diariamente con un silencio que los hace cómplices y los tiene aprisionados entre la espada y la pared y que tarde o temprano, en algún momento, desaparecerá.
Mi padre siempre fomentó la dependencia de mi madre hacía él, voluntaria o involuntariamente, inclusive luego de haberse divorciado. Mi madre, además de ciertos trabajos, nunca trabajó y sólo se dedicó a mí. Ahorró dinero y siempre le «pidió permiso» a mi padre para poder invertirlo en algo. A él nunca le parecían buenas las ideas. A mis 18 años teníamos el dinero suficiente para comprar una casa y finalmente tener «nuestro techo» poniendo toda la confianza en mi padre para que nos ayudara con la búsqueda de una. Desapareció de un día para el otro dejándonos en la nada ¿Y el dinero? Se fue en los dos siguientes años en concepto de gastos de mantenimiento «de una casa que no es nuestra», pago de impuestos y gastos generales.
Mi madre, aún con la esperanza de volver a ver a mi padre, lo ama y siempre lo amará. Yo, con la amargura del pasado, vivo y sufro su ausencia ante ciertas circunstancias.
Mamá, papá: sé que hicieron todo para darme lo mejor y eso es algo que nadie va a refutar. Eternamente estaré agradecido por el amor brindado, la perseverancia y la rectitud de mi madre en relación a mis estudios y a mi vida en general; y a mi padre, por su aporte económico para que a ambos no nos falte nada y por sus valores morales. Solamente les reprocho el tener que pagar los platos rotos de su relación y estar inmerso en una disfuncionalidad que se podría haber evitado si nadie hubiese apelado a la irracionalidad, a la violencia verbal y física y al silencio.
Hoy tengo 24 años, en menos de un mes cumplo 25. Estoy casado con una extranjera que me trajo miles de complicaciones a mi ya complicada vida pero que a su vez me dio la posibilidad de ver y experimentar el mundo, y todo lo que conlleva, de una manera distinta. Hoy faltan sólo 78 días para que embarque en un avión que me lleve a Londres y luego a Bruselas, y en un tren rumbo a Aquisgrán (Alemania), morada final durante los próximos años. En 78 días tengo que intentar solucionar mi vida en Argentina, entre lo que más me preocupa está:
- Volver a hablar con mi madre sobre el tema. Más allá de habérselo dicho hace meses, intuyo que nunca creyó que realmente iba a tomar la decisión de comprar los pasajes e irme.
- Ubicar a mi padre y finalmente cerrar un episodio de mi vida. Sincerarme y preguntarle qué es lo que va a pasar con mamá.
- Contener psicológicamente a mi madre y hacerle entender que su vida no termina sino que recién comienza. Hacerla mirar al futuro y que viva todo lo que no pudo vivir en estos años de devoción hacía un hombre que la dejo y un hijo que criar.
Creo que con estos tres items, o al menos el primero y segundo me voy a poder ir en paz y no sentir culpa.
¿Qué es lo que espero de este año? Espero que las cosas funcionen entre mi mujer y yo, que los problemas que vayan a surgir y que pongan a prueba nuestra joven relación no nos hagan abatir. Que mi madre salga de su bastión representado por su habitación y viva su vida. Simplemente que las cosas anden sobre rieles... No pretendo que sean como los rieles europeos pero al menos como los argentinos: Hay veces que te dejan varado y desconcertado pero en el fondo uno siempre termina llegando a su destino final.
Estaría bueno que hicieras las pases con tu padre antes de irte y que empezaras una linda amistad con tu madre. Así van a estar todos mas tranquilos una vez que partas. Te lo digo por experiencia. Espero que no te moleste el comentario.
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