Después de hablar por teléfono con mi mamá y de hacer un monólogo sobre cómo debería ella salir adelante de su estancamiento depresivo me pongo a pensar en el concepto de «arrepentimiento» y en «la nada» a la cual algunas veces nos deriva este sentimiento.
No hablo del arrepentimiento de una acción, generalmente mala, sobre otra persona sino sobre cosas y hechos de la vida misma que nos afectan a nosotros y que por una razón u otra creemos que no se realizaron/desarrollaron de la manera esperada y que indefectiblemente nos afectan la forma de continuar con nuestro presente. Después de un tiempo intenso de emociones y de situaciones sentimentalmente extremas reflexiono sobre qué es la vida y si realmente vale la pena mirar hacia atrás y lamentarse por lo ya hecho.
Creo que la vida es un suceso de momentos sobre los cuales uno y el entorno que lo rodea tienen una influencia. La vida acumula situaciones y momentos gratificantes como así también duros, voluntarios e involuntarios. La vida es una acumulación de memorias del pasado, acciones del presente y sus consecuencias futuras ¿Pero qué sucede cuando uno se estanca en su presente por culpa de un hecho pasado? Cuando el «qué hubiese sucedido si...» o el «si tan sólo hubiese...» dominan el ahora e impiden a uno fijar los ojos hacia adelante.
¿Vale la pena dar vueltas y vueltas por algo ya hecho/vivido y que es más que probable que no pueda ser cambiado? A veces estoy convencido que esta no es más que una simple pregunta retórica cuya respuesta no vale siquiera ser pronunciada dada su obviedad, en otras me abrazo a la inocente ilusión de que es sólo cuestión de tiempo para que lo «arrepentido» encuentre su final feliz. Iluso sería el adjetivo que mejor se ajustaría a esto (por no decir «boludo»).
Pero la gran pregunta no es la del párrafo anterior sino, en mi opinión, la siguiente: ¿qué es lo que nos hace a muchos dudar de la cruda realidad? Y más siendo protagonistas de la misma. Creo que es innato al ser humano no perder la esperanza y jugar una de las últimas (y de las más abstractas) cartas que tiene: la ilusión. Si tengo que definir por experiencia propia qué es lo que me genera la ilusión, diría que me «hace» la vida un poco más fácil. Va entre comillas porque la realidad es otra. No deja de ser un simple truco de efecto placebo a la mente de uno.
Si ahora hago una pausa y me pongo a leer los párrafos ya escritos me tildaría inmediatamente de «hereje». Escribo tan mundanamente sobre lo imposible, sobre lo ya incambiable, no obstante sigo depositando mi fe en el plano espiritual y tengo la ilusión de que Dios de alguna manera va a interceder por mí. Creencia en la mente acompañada de una creencia en lo espiritual e incluso una creencia en que otras personas cambiarán. Definitivamente no soy iluso, menos boludo, ni siquiera hereje, sino un tremendo oxímoron*.
Con estos escritos siempre busco llegar a una conclusión que, luego de leer todo detenidamente de nuevo, me permita sacar algo útil para la vida y mirar las cosas con otros ojos (a veces lo que no se puede «escuchar» en la mente se puede ver reflejado en palabras). Esta vez no creo ir ni hacia adelante ni hacia atrás. Es como si me hubiese desnudado para un examen clínico pero en palabras. Estoy expuesto y mi ojo crítico está al asecho pero no encuentro algo que esté haciendo mal.
Es la ilusión, ¿vieron? Es la ilusión que indudablemente conduce a una calle sin salida.
* Oxímoron (Fuente Wikipedia): El oxímoron (del griego ὀξύμωρον, oxymoron, en latín contradictio in terminis), dentro de las figuras literarias en retórica, es una figura lógica que consiste en usar dos conceptos de significado opuesto en una sola expresión, que genera un tercer concepto. Por ejemplo, «un instante eterno».
¿Vale la pena dar vueltas y vueltas por algo ya hecho/vivido y que es más que probable que no pueda ser cambiado? A veces estoy convencido que esta no es más que una simple pregunta retórica cuya respuesta no vale siquiera ser pronunciada dada su obviedad, en otras me abrazo a la inocente ilusión de que es sólo cuestión de tiempo para que lo «arrepentido» encuentre su final feliz. Iluso sería el adjetivo que mejor se ajustaría a esto (por no decir «boludo»).
Pero la gran pregunta no es la del párrafo anterior sino, en mi opinión, la siguiente: ¿qué es lo que nos hace a muchos dudar de la cruda realidad? Y más siendo protagonistas de la misma. Creo que es innato al ser humano no perder la esperanza y jugar una de las últimas (y de las más abstractas) cartas que tiene: la ilusión. Si tengo que definir por experiencia propia qué es lo que me genera la ilusión, diría que me «hace» la vida un poco más fácil. Va entre comillas porque la realidad es otra. No deja de ser un simple truco de efecto placebo a la mente de uno.
Si ahora hago una pausa y me pongo a leer los párrafos ya escritos me tildaría inmediatamente de «hereje». Escribo tan mundanamente sobre lo imposible, sobre lo ya incambiable, no obstante sigo depositando mi fe en el plano espiritual y tengo la ilusión de que Dios de alguna manera va a interceder por mí. Creencia en la mente acompañada de una creencia en lo espiritual e incluso una creencia en que otras personas cambiarán. Definitivamente no soy iluso, menos boludo, ni siquiera hereje, sino un tremendo oxímoron*.
Con estos escritos siempre busco llegar a una conclusión que, luego de leer todo detenidamente de nuevo, me permita sacar algo útil para la vida y mirar las cosas con otros ojos (a veces lo que no se puede «escuchar» en la mente se puede ver reflejado en palabras). Esta vez no creo ir ni hacia adelante ni hacia atrás. Es como si me hubiese desnudado para un examen clínico pero en palabras. Estoy expuesto y mi ojo crítico está al asecho pero no encuentro algo que esté haciendo mal.
Es la ilusión, ¿vieron? Es la ilusión que indudablemente conduce a una calle sin salida.
* Oxímoron (Fuente Wikipedia): El oxímoron (del griego ὀξύμωρον, oxymoron, en latín contradictio in terminis), dentro de las figuras literarias en retórica, es una figura lógica que consiste en usar dos conceptos de significado opuesto en una sola expresión, que genera un tercer concepto. Por ejemplo, «un instante eterno».
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