Después de 2 años de fidelidad le dijo basta. Cansado de las innumerables aventuras todo terreno, de las fluctuantes temperaturas del ambiente y de sus bolsillos y de los mil y un saltos al vacío sufridos, un día cualquiera como ayer, como hoy, se despidió sin previo aviso.

Y así es, lo que él creyó eterno duró poco más de 24 meses y mirando su brilloso y blanquecino semblante y sus demacradas plasticidades, una abstinencia comenzó a subir por su cuerpo y a apoderarse de él.

«¿Qué hacer?», se preguntó. Como si hubiese sido un difunto más exclamó con furia «¡¿Justo ahora tuvo que pasar?!». Efectivamente el destino eligió que pasara en ese momento, en donde la escasez de monedas hace que el estómago se queje y en donde las prioridades excéntricas de cada uno ceden ante las protestas lideradas por las necesidades vitales.

Sentía que algo le faltaba y ese algo no era solamente físico. Esos espacios que ocupaba en su vida y que la llenaban de intangibilidades de todo tipo se esfumaron como el viento en el horizonte. Perdido, desolado y con más tiempo para él buscó alternativas. Ninguna le llegaba a los talones.

Decidió dar un paso atrás. Recordó ese oscuro y apartado espacio lleno de obsolescencias y resucitó a un viejo conocido por él. Se sintió incómodo. Intentó readaptarse pero la «malcriadez» a la que siempre estuvo acostumbrado pudo más y la efímera relación devino en una inminente separación.

Con su ida, él finalmente reflexionó sobre lo difícil que es readaptarse a algo a lo cual ya se le soltó la mano y sobre la necesidad de cuidar lo que efectivamente se tiene en el presente.

Y para el ávido lector que aún no se dio cuenta, sí, a su humilde servidor se le murió su teléfono celular... 

© Fenrir
  
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